La entrada en la universidad supone un
cambio importante en la vida de los jóvenes. La adecuada adaptación al nuevo
ambiente físico, social y académico, es un reto que se debe afrontar con esfuerzo
y que a veces no se supera con éxito. El campus universitario es soñado como un
lugar idílico, donde los padres tienen restringida la entrada. Es un paraíso de
libertad, que en ocasiones se convierte en un ambiente hostil donde los
estudiantes se ven desorientados y superados por las nuevas demandas. A las
novedades arquitectónicas de diferentes edificios, aulas y lugares de ocio, hay
que añadir nuevas formas de aprendizaje y la autonomía en la gestión del
tiempo.
Las universidades, sensibles a este
hecho, están llevando a cabo intensas campañas informativas, programas de
acogida, acciones de tutorización de estudiantes noveles y otras fórmulas
dirigidas a facilitar la adaptación de los nuevos estudiantes. Pero esta
inquietud e interés en el bienestar de los estudiantes, no debe cesar cuando
éstos se encuentran el pleno proceso formativo, sino que debe conservarse e
intensificarse a lo largo de todo el periodo universitario. En cada etapa, los
estudiantes encuentran nuevas demandas y tienen necesidades diferentes. El
asesoramiento y la atención requerida, continúa hasta finalizar los estudios
completándose con la preparación para la inserción profesional.
Este interés en el bienestar de los
estudiantes y la necesidad de potenciar y facilitar el desarrollo pleno de
todas sus capacidades, es uno de los principios del Modelo Educativo de la
Universitat Jaume I y desde WoNT, venimos desarrollando proyectos de
investigación en esta línea desde hace más de diez años. La primera propuesta
de investigación en este sentido, se llevó a cabo en el año 1998 a cargo de las
profesoras Marisa Salanova e Isabel Martínez y se centró en el estudio del
estrés de los estudiantes universitarios: ¿Los
estudiantes también se estresan?... la cuestión provocaba asombro, hace
quince años el estrés era un tema relativo al trabajo y apenas pensable en
contextos educativos. Pero la respuesta era “SI”, los estudiantes se estresan y
manifiestan niveles de burnout, que en ciertas situaciones y bajo determinadas
condiciones, impiden el buen desempeño y además producen malestar.
Se analizó la incidencia del burnout
(agotamiento, cinismo y falta de eficacia en los estudios) en estudiantes
señalando algunas variables sociodemográficas relacionadas. Por ejemplo, los
niveles de burnout aumentan con el tiempo obteniendo los estudiantes de cursos
superiores mayores puntuaciones. También se detectaron niveles más elevados en
algunas facultades respecto de otras.
Esto llevó a nuevas cuestiones: ¿Cuáles
son los antecedentes del burnout?... ¿Cuáles
son sus predictores? Paralelamente, se advirtió que la consideración de
aspectos negativos únicamente no aportaba una imagen completa, por lo que se
amplió el foco de estudio a aspectos relativos al bienestar, con lo que el engagement
y la satisfacción cobraron protagonismo en la investigación. A su vez, otras universidades europeas como la Universidad de Lisboa (Portugal) y
la Universidad de Utrecht (Holanda) participaron en el estudio lo que permitió
llevar a cabo comparaciones. Esta
segunda línea de investigación aportó interesantes resultados. Entre los
antecedentes del bienestar se identificaron obstáculos y facilitadores del
burnout y el engagement que además se relacionaron con el desempeño. En base a
esto la Universidad implementó mejoras, siempre que fue posible.
Actualmente
WoNT se ve ante un nuevo reto en relación al bienestar de los estudiantes
universitarios. Cuando nos parecía que
teníamos todas las respuestas, cambiaron las preguntas. No se trata sólo de
conocer los antecedentes de la realidad o las causas del malestar, nos preocupa
cómo mejorarlo, optimizarlo y favorecer su pleno desarrollo. La cuestión es ¿Cómo facilitar y desarrollar plenamente las
potencialidades de los estudiantes? ¿Cómo actuar para lograr niveles óptimos de
bienestar y resultados académicos excelentes? Esto supone varias vías de análisis. Por un lado conocer
cómo se enfrentan los estudiantes a las situaciones conflictivas y
problemáticas, lo cual nos pondría en la pista para conocer cuáles son las
estrategias de afrontamiento más productivas y eficaces. Por otro lado, junto
con el análisis de estas estrategias, analizar los recursos organizacionales y
personales que los estudiantes pueden utilizar. En este sentido, y teniendo en
cuenta que estos recursos se pueden proporcionar por parte de la universidad
(recursos organizacionales) o desarrollar en los estudiantes (autoeficacia,
resiliencia, etc.), estaríamos en situación de proponer medidas de intervención
para optimizarlos. Por último, considerando
el efecto de variables sociodemográficas y contextuales como el género, el
curso académico, la titulación, etc. obtendremos propuestas más ajustadas a las
diferentes situaciones de cada grupo de estudiantes y por lo tanto aumentaremos
las oportunidades de intervenir acertadamente.
El bienestar
de los estudiantes es un objetivo que la universidad debe proponerse como meta,
ya que cada vez más se considera un indicador de calidad de la docencia y desde
luego, es un factor importante en el proceso enseñanza-aprendizaje. Este es el
mensaje que debemos transmitir si nos dirigimos hacia una Universidad
Saludable.
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