martes, 18 de octubre de 2011

Isabel Allende: Tales of passion




Este discurso de Isabel Allende es un verdadero tratado sobre la "Pasión" desde el corazón de una mujer que ha vivido intensamente

lunes, 25 de julio de 2011

El test de Turing (hablar con las máquinas)



Con la expansión de las tecnologías de la información y la comunicación, nos comunicamos mediante mensajes de texto con una frecuencia impensable hace veinte años. Mensajes más o menos extensos, según se utilice un blog, un chat, Facebook o Twitter, pero con algo en común, no tenemos contacto personal con la persona que interactúa con nosotros. La comunicación es real porque hay transmisión de información en ambos sentidos, existe feedback entre las personas que participan en el proceso. Sin embargo, ¿os planeáis la posibilidad de que al otro lado de la red no haya personas sino máquinas que contestan de forma coherente y racional a nuestros mensajes?.... Un bot conversacional es un software capaz de mantener una conversación básica, sin mucha complejidad. Pero en ocasiones resultan más coherentes que las de algunos humanos tuiteando. Con lo cual, las herramientas existen, es sólo cuestión de perfeccionarlas.
Esto mismo se planteó Alan Turing durante la Segunda Guerra Mundial, mientras trabajaba para las tropas aliadas descifrando mensajes de los alemanes. Alan Turing (1912-1954) fue un matemático especialista en lógica y criptografía, cuyo nombre ha trascendido el ámbito académico gracias a su universalmente famosa “Prueba de Turing”, que intenta determinar si una maquina es capaz de pensar, o no. Fue expuesto en 1950 en la revista Mind y sigue siendo uno de los mejores métodos para los defensores de la Inteligencia Artificial. Cada cierto tiempo programas informáticos intentan superar esta prueba y demostrar que pueden hacerse pasar por humanos.
El Test de Turing se fundamenta en la hipótesis positivista de que, si una máquina se comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe ser inteligente. Para superar la prueba de Turing, una máquina debe ser capaz de engañar a un juez que intercambia mensajes de texto con ella. Mediante una interfaz similar a la de un programa de mensajería instantánea, el software que se está sometiendo al examen debe llevar adelante una conversación sobre cualquier tema que su interlocutor humano elija. Sus respuestas deben ser lo suficientemente realistas como para que el juez sea incapaz de distinguir si está “conversando” con un humano o con una inteligencia artificial. Si esto ocurre, y las respuestas son indistinguibles, se dice que el software ha superado la prueba de Turing y que puede "pensar".
En 1990 se inició un concurso, el Premio Loebner, una competencia de carácter anual entre programas de ordenador que sigue el estándar establecido en la prueba de Turing. Un juez humano se enfrenta a dos pantallas de ordenador, una de ellas que se encuentra bajo el control de un ordenador, y la otra bajo el control de un humano. El juez plantea preguntas a las dos pantallas y recibe respuestas. Si ambos jugadores (humano y máquina) son suficientemente hábiles, el juez no podrá distinguir quien es el humano y quien la máquina. El premio está dotado con 100.000 dólares estadounidenses para el programa que pase el test, y un premio de consolación para el mejor programa anual. Hasta el día de hoy, no ha sido otorgado el premio principal, el test de Turing sigue invicto.
Más información sobre el test de Turing en la Stanford Encyclopedia of Philosophy http://plato.stanford.edu/entries/turing-test/

viernes, 4 de febrero de 2011

Sin tiempo para Pensar

“El estilo de vida multitarea nos ha robado el espacio para pensar”. Así comienza el interesante artículo publicado en EPS de 30 de enero. En este artículo se trata el tema de la sobrecarga de información e invita a reflexionar sobre el trepidante ritmo que nuestras vidas, están tomando dirigidas por la tormenta de información a la que estamos expuestos.

En relación con esto, L. Stone comenta que leer el e-mail, un comportamiento habitual y rutinario, puede dar lugar a lo que ha identificado el síndrome denominado “apnea del e-mail (suspensión temporal de la respiración mientras lo revisamos (ver aquí). En la Universidad de Stanford (templo de Apple y Steve Job), se ha abierto una nueva línea de investigación relacionada con la sobrecarga de información y en contra de la multitarea. En la escuela de negocios de dicha universidad observaron que los propios estudiantes están afectados negativamente por los efectos de la multitarea. Muchos de ellos simultaneaban la asistencia a clase con algún tipo de actividad virtual (consultar su iPhone, chatear con los colegas, chequear el e-mail, etc.). Los resultados obtenidos hasta el momento muestran que los multitarea intensivos, esas personas que habitualmente abren el correo, hablan por teléfono y escuchan música, son menos productivos que el resto. El estudio concluye que estas personas están más entrenadas para cambiar de foco rápidamente, pero cuando tienen toda la información delante de sus ojos, no discriminan lo verdaderamente interesante y cometen errores. Cliffort Nass dice “Los multitarea creen que pueden hacer varias cosas a la vez, pero nuestros resultados los contradicen” (ver aquí y aqui). La ilusión de eficacia que produce hacer varias cosas a la vez y estar muy ocupado tranquiliza, pero los neurocientíficos insisten en que nuestro cerebro no está preparado para saltar de una tarea a otra, pues se dispersa con más facilidad. En la situación de multitarea, el cerebro traslada el procesamiento de la información del hipocampo (zona de la memoria) al estriato (zona ocupada de las tareas rutinarias y de poca concentración) con lo cual la asimilación de información es superficial. Por eso no es recomendable estar “en misa y repicando” o en una conferencia y twiteando.

Un estudio realizado en Estados Unidos por la citada Stoner, muestra que la mayoría de los que trabajan con ordenador, permanecen pocos minutos concentrados en una misma tarea. Si no son interrumpidos por otros, lo hacen ellos mismos. Cada interrupción cuesta 25 minutos de productividad y cada uno de ellos pasa un tercio de su jornada recuperando el tiempo perdido. Como promedio tienen abiertas ocho ventanas en la pantalla y saltan de una a otra cada 20 segundos. Esto está dando lugar al trastorno de hiperactividad y déficit de atención provocado.

Algunos radicales antimultitarea como David Meyer (ver aquí) que dirige el laboratorio de cognición mental de la Universidad de Michigan “estamos ante una plaga cognitiva que tiene el potencial de borrar la concentración y el pensamiento productivo de una generación entera”. Su teoría explica que el cerebro procesa la información por canales separados y cuando se sobrecarga se hace ineficiente. Un ejemplo clásico es conducir mientras se habla por teléfono, dos tareas que se cruzarían en un mismo canal y que producen la falta de atención a una de las dos tareas para poder realizar bien la otra; o lo que es peor, realizar ambas de manera ineficaz. Únicamente en los casos de tareas rutinarias que transcurren por canales separados, no se produciría esta interferencia: tarea manual (poner la lavadora) y tarea verbal (escuchar música).

Ante todo esto, tenemos la esperanza de que la especie humana se adapte a este nuevo estilo de vida y el cerebro evolucione. Pero esto sucederá, con suerte, varias generaciones después de la nuestra. Mientras tanto, nos toca lidiar con estos datos y afrontar el reto intelectual de recuperar la atención. Poner límite a la información que entra en el cerebro no es fácil, aunque los programadores informáticos ya estudian la aplicación de filtros que permitan personalizar la entrada de información para evitar que tragarnos con todo. Controlar la mente ante la dispersión exige disciplina y energía. En la Universidad de Stanford se recomienda a los estudiantes, además de hacer deporte, “no te distraigas, no hagas varias cosas a la vez”. Los neurocientíficos se sorprenden admirados ante las técnicas budistas y los beneficios de la meditación. David L. Levy proclama “No time to think”, necesitamos una ecología de la información para luchar contra las formas agresivas de polución mental que afecta nuestras vidas. Este investigador aboga por diseñar espacios de trabajo diáfanos que favorezcan la concentración, necesitamos el equivalente a los bosques protegidos para salvar nuestro ecosistema mental.

En una estrategia más pragmática y en contra de la asfixia mental, se aconseja el dejar de prestar atención a todo aquello que no tiene un impacto directo sobre nuestra vida: “sea implacable con la información que recibe y seleccione sus fuentes, tome el control de su e-mail y sea consciente que de cada mensaje trivial que conteste aumentará exponencialmente la cantidad de mensajes de la misma naturaleza que reciba. Y por último…… pare de informarse y ejecute. Ahora que tiene toda la información….haga algo con ella.